por Dominique Rodríguez Dalvard
1.
Han pasado ya varias semanas desde que se abrieron las salas con el 45 Salón Nacional de Artistas en Bogotá. Aún me es inasible. Es un monstruo de grande. Pero lo estoy probando poco a poco, deleitándome con sus propuestas. Haciendo cruces entre curaduría y curaduría. Descubriendo artistas que no conocía, reconociendo talentos que reitero maravillosos.
2.
Y mientras tejía esos cruces se cruzó, literalmente, o nos atropelló mejor, la noticia del borramiento en la mañana del lunes 23 de septiembre del mural que habían pintado Lucas Ospina y Powerpaola sobre los muros exteriores del Centro Colombo Americano. Una censura lamentable, porque lo vimos construirse, figura por figura, todo ese fin de semana y con la caricia de un sol que había estado esquivo toda la semana anterior. Los artistas, felices, dialogaban con el dibujo. Claro, todos sonreíamos por las ocurrencias allí expresadas. Era evidente que Lucas Ospina nos contaría su propia versión del imperialismo yanqui, más aún con una muestra consagrada a la caricatura y el cómic en su sala de exposiciones. Junto con Powerpaola fueron contándonos un cuento que arrancaba con la tradicional bienvenida de la constitución estadounidense, We the people, enarbolado por una de esas damas tan potentes de Lucas, pasando por un bosque arrasado y sobrevolado por ese cóndor nuestro tan insigne que lograremos volverlo pieza de museo de historia natural al ritmo que llevamos de la destrucción ambiental. Le seguía una historia de familia con la cual algunos se ofendieron y otros se sonrojaron, una escena de sexo tranquila y sabrosa que, en este caso, parecía terminar con un niñito en brazos, algo que quienes se ofenden propenden a los cuatro vientos ¡procreen sin protección que eso es pecado… ¡Dios proveerá! La siguiente viñeta hacía un gracioso juego de titiriteros en donde el titiritero mayor era Donald Trump, teniendo entre los dedos de su mano izquierda una cuerdita que sostenía a Álvaro Uribe, quien a su vez sostenía a Iván Duque, éste último con una diana en su pecho. A su lado, consecuentemente, los símbolos que pregona el capitalismo: a comerse y a enriquecerse. Luego una seguidilla de personajes en medio de un forcejeo trasvestido, una chica patinando, otra mujer cargando el caimán encima, otro, naciendo adulto, un siniestro malabarista jugando con cabezas, un habitante de calle –al que sobre el muro pintado de blanco, luego de la censura, se le escribió al personaje que pide dinero lo borraron de la zona–, el infaltable Mickey, el intelectual, el Tío Sam, por detrás, jugando con otro a ser voyeur de una escena de afecto, una sensual guardia de la DEA como para Netflix, el indígena que lo mira todo desconcertado y previendo lo peor, al lado del wannabe gringo pero que sostiene una pancarta con el I Love America but i don´t like it y una escena de Tom Sawyer que con su cubilete de pintura está borrando el típico grafiti de Yankee go home. Una clásica historia americana.
Tengo el recuerdo de Lucas, ese domingo 22 por la mañana mientras pintaba, contándonos que había tenido la pesadilla de que alguien pintaría encima del perfil de Tom Sawyer que tanto trabajo le había costado…
Pues bien, el Centro Colombo Americano tapó el mural. Pero el arte se manifestó. Los dos artistas repintaron, señalaron lo que allí había sido vetado. Todo se volvió aún más visible y la gente miró más. Definitivamente más –me enteré que ya estaban haciendo toures en inglés y español contando lo que allí había pasado… siendo el Colombo un instituto de inglés, ¿será que están practicando la lengua allí?– A la ofensa de la censura se le respondió con un manifiesto contra el silencio: “¿Y usted qué defiende?”, se lee en enormes letras. Yo, por mi parte, defiendo contando lo que vi mientras varios silencios incómodos quedaron como huellas imborrables.

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